No se llenaba de gloria ni opulencia, eran bolas de papel que la maestra, harta de su impertinente resistencia a permanecer callado, le introducía en la boca. Edson Arantes do Nascimento era ejemplo de lo que no se debe hacer en el colegio. A veces lo obligaban a arrodillarse sobre un saco de guisantes. Dico, como le decían en casa, entrenaba para el futuro.

El nombre que aparece en el documento de identidad es “Edison”. Su papá, un futbolista de bajo perfil y bajos ingresos, quiso hacer un homenaje a Thomas Edison, el inventor de la bombilla.

A Dico le fastidió la i de su nombre, como si se tratara de un molesto defensor. Ahí empezó a demostrar habilidad para el regate: la suprimió y se hizo llamar Edson. Pero hubo un sustantivo del que no se pudo desligar.

Dodinho, su papá, jugaba en el Vasco de Sao Lourenço, y el aún muy pequeño Edson lo acompañaba a las prácticas. El portero del equipo era apodado Bilé. El infante solía auparlo: “¡Muy bueno, Bilé!”, pero su pobre acento hacía que los demás entendieran “Pelé”.

En 1950 se produjo el Maracanazo. Hubo suicidios, futbolistas señalados por años y se tuvieron que cancelar las fiestas. El país que luego ganaría cinco Mundiales se sentía campeón: iba a jugar la final de su Copa del Mundo, ante su gente y frente a Uruguay, que ya no metía tanto miedo como en los años 30. Pero la Celeste ganó. Edson, de nueve años, veía a su papá llorar. “Papá, no te preocupes, yo voy a ganar un Mundial para ti”, prometió.

Pelé con la camiseta del Santos

Se hartó de los estudios. Fue un limpiabotas fracasado. Se la pasaba descalzo y apenas comía. La pobreza golpeaba su estómago. Junto a su pandilla robó un saco de maní. Lo vendieron. Los niños que se la pasaban jugando fútbol con medias enrolladas en vez de una pelota pudieron comprarse uniformes. No así zapatos. En bienestar de sus rivales, hubiese sido mejor que jugase descalzo toda la vida.

Waldemar de Brito fue su primer entrenador. Antes su papá le había pulido la técnica. Con Waldemar aprendió a entender el juego. Fue él quien gestionó su traspaso al Santos. Pelé tenía 15 años y su talento era tal que al club no le importó tener que desparasitarlo, combatir su desnutrición e invertir en la salud lacerada de un típico niño pobre.

Era inédito: Brasil se preparaba para el Mundial de Suecia 1958 con una prolija planificación. Sentaba las bases a lo que es normal hoy día. El cuerpo técnico, por ejemplo, incluía un psicólogo, quien argumentó que Pelé y Garrincha eran infantiles y no soportarían la presión. Pidió que los dejaran fuera de la convocatoria. El entrenador no le hizo caso, pero los mantuvo en el banco los dos primeros partidos. Cabe aclarar que no se sabe el motivo exacto. Algunos argumentaron –en alusión a Pelé– que no quería usar  dos jugadores negros en el equipo titular. Con Didí era suficiente, y no lo podía sentar: era la estrella.

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Pelé en Suecia 1958

Pelé tenía 17 años. Tiempo atrás, los jugadores negros del Fluminense se echaban polvo de arroz en la cara para parecer blancos. En la cancha, igualmente, los blancos tenían impunidad de violencia sobre los negros. En ese panorama, un negro con rostro de niño pretendía hacerse paso.

Brasil llegó a la final y la ganó. Garrincha, de 18 años, fue el mejor extremo del torneo. Él y Pelé eran dos de los futbolistas más prometedores del mundo. El mejor jugador de la Copa fue Didí. Cuando los tres pitazos sonaron, Pelé, que había marcado dos de los cinco goles de su equipo (2-5), fue alzado en hombros. Otros jugadores se abrazaban o se arrodillaban a rezar. Él no podía: las lágrimas lo superaban. Apenas tuvo oportunidad, buscó un teléfono: “Papá, ya gané el Mundial”.

Garrincha
Garrincha tratando de driblar a un rival

Suecia 1958 fue el primer Mundial televisado en directo. El joven Pelé se convirtió en un super star. Tras cada partido, los niños invadían la cancha y lo perseguían. Se acostumbró a estar rodeado de periodistas. El hoy famoso oficio de paparazzi se sembró en el fútbol gracias al chico negro que le había mostrado a un país que las razas podían unirse.

Pronto se convirtió en el futbolista mejor pagado del mundo. El Santos organizaba giras mundiales. La gente quería degustar a Pelé. Las suecas rubias que veían a los jugadores de Brasil, en 1958, como algo exótico y provocativo, se multiplicaron y cambiaron de nacionalidad y color según el país. El crack brasileño sonreía a las cámaras, tiraba gambetas y marcabas goles. Así llegó al Mundial de Chile en 1962. Allí salió lesionado en el segundo partido y no pudo volver a jugar. Brasil volvió a ser campeón. La estrella fue el mago de los regates: Garrincha.

Pelé y Garrincha
Pelé y Garrincha abrazados

Algunos dicen que de no ser por su alcoholismo e inestabilidad emocional Garrincha hubiese sido mejor que Pelé. Vistos en cancha, el primero era magia, el arte de lo imprevisto; el segundo entendía mejor el fútbol, tenía todas las cualidades idóneas para ser futbolista y dominaba cada feseta del juego. No en vano, como en un homenaje al origen de su apodo, llegó a fungir de portero: con el Santos cuatro veces, con Brasil una. Pelé era el jugador de fútbol –casi– perfecto. Y estaba hecho para la alta competencia. Lo suyo no era solo vocación hacia el juego, era vocación hacia la condición de súper estrella. Constituyó el prototipo de crack que hoy pretenden implementar las grandes compañías de marketing. La diferencia es que su mejor publicista eran sus pies.

Codazos, golpes a mano cerrada y patadas sin balón eran la rutina. En el Mundial de Inglaterra 1966, Brasil cayó eliminado en Fase de Grupos gracias a Portugal. En el cotejo contra los lusitanos, golpearon a Pelé tanto cuando tenía la pelota como cuando no. Salió del campo sin camisa, con una toalla blanca cubriéndole los hombros y jurando que nunca más jugaría un Mundial.

Para que se entienda la brutalidad de la época, conviene hablar del árbitro Guillermo Velásquez, colombiano y apodado el Chato. Se hizo famoso por responder a los golpes de los jugadores con más golpes. Hoy día, según una crónica de Alberto Salcedo Ramos, se ufana de no haberse dejado pegar nunca. El 17 de junio de 1978 expulsó a Pelé en un partido del Santos. El crack se fue de la cancha repitiendo “Este tipo está loco”.

“De 28 personas que tenía la delegación brasileña, me agredieron 25. Los únicos que no me pegaron fueron el médico, el periodista y Pelé”, declaró el Chato. Al mismo tiempo, 60 mil espectadores pidieron el retorno del brasileño. Lo que sucedió habla de la magnitud del jugador: ordenaron que volviera a la cancha y sacaron al árbitro.

Brasil estaba en dictadura. El presidente era Garrastazu Medici, quien quería usar el fútbol y a Pelé para maquillar las torturas cometidas. Había un problema: el jugador del Santos estaba gordo y lastimado por la gran cantidad de partidos y lesiones. El seleccionador no quería contar con él. Medici lo despidió y contrató a Zagallo, quien le aseguró un puesto a Pelé.

Casado en 1966 con Rosemeri Cholbi, una mujer blanca, las críticas raciales lo habían perseguido. Pero el rol de esposo y de padre nunca lo ejerció: se la pasaba viajando. Su vida de futbolista amenazaba, ahora, con tener un cierre igual de desagradable: la gente lo tildaba de viejo; por eso, se preparó con la vocación del destino.

Tras ponerse en forma, rompió la promesa de no volver a jugar un Mundial. En México 1970, pasó toda la concentración diciéndole a sus compañeros que había que ganar. Llegó la final contra Italia y así hicieron. Por esos días, Garrincha estaba siendo consumido, en equipos de bajo nivel, por su adicción. Pelé marcó un gol en la final. Lo celebró como siempre: dando brincos. El marcador fue 4-1. Sin camisa, entró al vestuario, prensó músculos y gritó tres veces: “¡No estoy muerto!”

Pelé 4
O Rei en el Cosmos

Dijo basta. Su abrazo y sonrisa al presidente Medici no le hicieron soslayar lo que ocurría en Brasil. Se retiró de la selección en 1971, aunque el gobierno lo amenazó. En 1974 dejó el Santos, pero, al poco tiempo, volvió a quedar en banca rota. A Pelé se cansaron de estafarlo. Cuando su primer representante, Pepe Gordo, lo dejó sin nada, el Santos le ofreció un contrato mediocre de tres años, el último de los cuales debía jugarlo gratis. Esta vez, decidió irse a Estados Unidos. Allá declaró: “Pelé no tiene raza ni religión, Pelé es universal”.

Lo trataron como una estrella al más puro estilo hollywoodense. Entonces, en 1977, tras 1367 partidos, 1283 goles y 53 títulos, se retiró del fútbol. El arrogante boxeador Muhammad Ali se encontraba en el estadio. Lo abrazó y le espetó: “Ahora hay dos entre los más grandes”.

Epilogo

La dureza de los guisantes lo entrenó para recibir patadas. Eso sí, también supo darlas. Una vez fracturó una pierna. Fue un desquite. En cuanto a su vida personal, hijos y mujeres abundaron. Escándalos, muchos. Su primogénito está preso por narcotráfico. Pelé se juntó con dirigentes corruptos, como Ricardo Texeira y Joao Havelange. Su participación política ha sido polémica. También, hay que decirlo, se licenció en Educación Física.

Las bolas de papel no sirvieron de mucho. Con su gloria extraviada, se ha dedicado a hacer declaraciones rimbombantes y contradictorias para salir en los diarios. “Callado es un poeta”, dijo Romario sobre él.

Nunca se llevó bien con la imagen de Pelé, de niño se entró a golpes para que no lo llamaran así. Prefería ser Edson. Hoy día son sustantivos inseparables. Nació para jugar y ganar. Fue el mejor. Aventajó a Di Stefano gracias a la televisión, se vio perjudicado por Maradona debido al crecimiento de los medios, y quizá un prometedor Messi haga lo suyo con la ayuda del Internet. Pero, como esos grandes artistas cuyo trabajo los hace inmortales, el Pelé futbolista sigue fresco; después de todo, no se puede olvidar a El Rey.

En el Siguiente video, cortesía de YouTube, podrás apreciar algunos de los goles emblemáticos de Pelé.

Lizandro Samuel

@lizandrosamuel