El Sumario - Hombre protege a monos huérfanos de la cacería en la selva colombiana
Desde 2006 Jhon Jairo se lanzó a la "dura" tarea de convencer a los suyos del daño de la "cacería excesiva"

El Sumario – Un disparo de escopeta remece el árbol. La madre y su bebé caen agarrados. Con ella se hará un festín y la cría, con suerte, llegará al regazo de Jhon Jairo Vásquez, el padre de los monos huérfanos por la cacería en el Amazonas colombiano.

Líder indígena de la comunidad Mocagua, asentada en los márgenes del río Amazonas, en el extremo sur del país, Jhon Jairo se mueve por entre la selva inundable con un morral que lo hace ver como una mamá canguro.

Dentro va Maruja, una hembra Lagothrix lagotricha o mono churuco que, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, está en situación «vulnerable», el paso previo a su clasificación como especie en peligro de extinción.

Pelambre gris, cráneo redondo, cola prensil y unos ojos grandes y asustadizos: Maruja tiene tres meses y hace dos que no se despega de Jhon Jairo.

«Una familia indígena se había comido a la mamá», comentó a la a la agencia AFP este vicecuraca (autoridad) de la aldea Mocagua de 777 habitantes.

De 38 años, este tikuna es el alma de Maikuchiga, un albergue de madera rodeado de verde que ayudó a crear hace 14 años para «rehabilitar» y reintroducir al bosque a los monos huérfanos que reciben.

En este punto de la Amazonía, donde se fusionan Colombia, Perú y Brasil en una frontera verde y porosa, Mocagua (escopeta en lengua tikuna) y Maikuchiga (historia de micos) también entrelazaron sus caminos.

Monos y escopetas

La historia de crueldad suele comenzar con un ¡pum!, cuando indígenas cazadores dirigen sus escopetas calibre 16 hacia árboles de 25 metros de altura.

«La mamá no va a entregar a su bebé, tienen que cazarla y al instante la cría cae pegada a la mamá. Algunos perdigones, plomos, alcanzan a fracturar o matar (al hijo)», sostiene el líder tikuna.

La carne de ella irá a parar a algún fogón y la selva habrá perdido a esta suerte de sembrador silvestre.

En sus extensos recorridos, por entre las copas frondosas, los churucos van expulsando las semillas que comen sin triturar, ayudando a regenerar los bosques.

Los pequeños que sobreviven a la caza son vendidos como mascotas cuando no exhibidos a los turistas en las comunidades de la triple frontera.

Doble rehabilitación

Desde 2006 Jhon Jairo se lanzó a la «dura» tarea de convencer a los suyos del daño de la «cacería excesiva», que no solo satisface apetitos y rituales, sino, sobre todo, al mercado ilegal de fauna silvestre.

Renuentes al principio, los tikunas probaron el ecoturismo -frenado por la pandemia- y les gustó.

Hoy son cazadores «rehabilitados» que devinieron en guías ambientales que «protegen su fauna para el futuro», se enorgullece su líder.

Lea también: España prohíbe la caza deportiva y comercial en los parques nacionales

 

Con información de El Estimulo, agencias y otros medios internacionales