Este tratado significaría un cambio histórico en la política y la sociedad de una nación que hoy inspira al mundo

El Sumario – “Luego de un enfrentamiento de más de medio siglo de duración, el Gobierno Nacional y las FARC – EP hemos acordado poner fin de manera definitiva al conflicto armado interno”. Así comienza el Acuerdo de Paz de Colombia que, tras cuatro años de obstáculos, tropiezos, tensiones y oposiciones, se yergue firme ante un plebiscito. Muchos dirán que no es el acuerdo perfecto y que sin duda posee baches entre sus páginas. Sin embargo, la aprobación de este documento significaría un cambio histórico, pues solventaría, al menos en papel, más de dos siglos de problemas políticos, sociales y humanitarios en el país. “No queremos que haya una víctima más en Colombia”, declaran las partes.

Desde fuera, Colombia parece una nación como cualquier otra: democrática, representativa, de gobierno y oposición. Pero la realidad en el interior es distinta. La vida política y de las zonas rurales en general se acerca más a los sistemas coloniales que a los modernos gobiernos mundiales. Es por eso que ambas partes coinciden en que este acuerdo “supondrá la apertura de un nuevo capítulo” de su historia.

La diversidad política

Desde su inicio como república, Colombia ha estado controlada por élites. El Partido Conservador y el Liberal se han disputado siempre el puesto en el poder, dejando por fuera a las demás facciones políticas. Esto, desgraciadamente, fue lo que llevó a la creación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y de otras organizaciones guerrilleras como el M19.

Juan Manuel Santos es de tendencia liberal. Ha manejado las negociaciones con más madurez y acierto que cualquiera de sus predecesores

En este sentido, el Acuerdo de Paz no se podía crear sin atacar las bases del problema. Luego de 60 años de lucha por la participación, esta izquierda tendrá lugar en las elecciones y, consecuentemente, en el Parlamento. Al menos con cinco representantes contará el partido de las FARC. Esta apertura a la participación no se había visto desde 1990, cuando se pacificó al M19 incluyéndolo en la vida política nacional. Sin embargo, esto ha generado críticas a causa de la impunidad que los líderes guerrilleros obtendrían. El que algunos de los crímenes, como el narcotráfico, les sean perdonados ha sido el argumento principal que la oposición a Santos ha esgrimido. Pero, visto desde otro lente, esta amnistía significaría el inicio de la lucha política desde las palabras y no desde las armas, que ambos bandos han utilizado. “Desde luego que es mejor tener a 5 senadores de las FARC en la Cámara de Representantes debatiendo con argumentos, y sin armas, y no ordenando atentados contra civiles, soldados y policías”, declara el periodista colombiano José Ospina Valencia.

El cambio en el campo

El sistema político elitesco trajo consigo una discriminación de los centros rurales en Colombia. El campo siempre había sido una tierra sin ley, ya que los políticos solo se concentraban en las metrópolis. Esto le permitió fácilmente a las FARC establecer su control clandestino en zonas apartadas, mientras que los campesinos no se apenaban de sentir simpatía hacia el grupo armado, quien llenaba la representación política que la falta de atención del gobierno central dejaba vacante. En este sentido, el Acuerdo de Paz se vuelve trascendental, ya que no solo contempla el dejamiento de las armas por parte de la guerrilla, como ocurrió en los 90 con el M19, sino un cambio hondamente significativo en las causas del conflicto.

Timochenko es otro ejemplo de un sucesor más sutil. Ninguno de sus predecesores (Marulanda y Alfonso Cano) logró una participación política que no fuera por la fuerza

El nuevo plan incluirá a las regiones en las decisiones políticas, estableciendo comités para dirigir efectivamente la inversión en infraestructura y participación. También, promete la restitución de tierras a aquellos que fueron desplazados, así como una legalización de la propiedad privada, que se encuentra hasta ahora difusa en los campos colombianos. Además, asegura que se construirán más escuelas, hospitales, viviendas y que se atacará a la pobreza, mientras que reconoce la diversidad cultural y racial con la que cuenta la nación, tomándola como una fortaleza. “La Reforma Agraria concibe el territorio rural como un escenario socio-histórico con diversidad social y cultural, en el que las comunidades —hombres y mujeres— desempeñan un papel protagónico en la definición del mejoramiento de sus condiciones de vida y en la definición del desarrollo del país dentro de una visión de integración urbano-rural”; así lo define el acuerdo.

Dejar el colonialismo atrás

Los expertos definen a la sociedad contemporánea como una masa global que está centrada en el avance, mientras se acerca a una paz más duradera. Mediante este tratado, Colombia hace honor a dicha explicación. Solucionar los principales problemas que aquejan a la nación no solo significa pacificar una lucha armada que se arrastra desde el siglo XX, sino volcarse a la idea mundial de paz que las organizaciones globales tanto tratan de difundir. Si en el plebiscito gana el “Sí”, Colombia pasa a sumarse a la “sociedad contemporánea”, a la idiosincrasia del hombre actual.

Cuba, irónicamente, había servido de inspiración a las FARC para iniciar la lucha armada, ahora fungió como mediador para terminarla

Las potencias lo saben. Uno de los elementos que le dio efectividad a este tratado fue la ayuda internacional. Empezando por Cuba. Participar en las negociaciones permitió reivindicar a un país que estaba entre la lista negra de las democracias occidentales. El que Cuba haya sido monitor y garante de la paz durante el forjamiento del acuerdo significó una de las primeras aperturas de la hermética nación. Por otro lado, también se contó con el apoyo de las organizaciones internacionales. La efectividad, serenidad y madurez con que ambas partes manejaron las negociaciones, pese a todos sus contratiempos, hizo que Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, las calificara como un “modelo a seguir” para solucionar los conflictos internos que otras naciones todavía padecen.

De esta forma, Colombia podría indicar los pasos a seguir para culminar disputas en el Medio Oriente, o en África, o en cualquier otro sitio donde las guerras civiles sigan cegando vidas. Colombia podría volverse un ejemplo de la voluntad de una nación por volcarse hacia la paz y convertirse en ese primer escalón para, de una vez por todas, forjar una paz mundial. Incluso, servirá como ejemplo para Venezuela. A través del diálogo, la negociación madura y la disposición de ambas partes por escuchar al otro, se pudo solucionar un problema que parecía irreconciliable. Los colombianos, separados por esta guerra, fueron testigos de cómo el agua y el aceite, el presidente y el jefe guerrillero, se daban la mano para frenar la violencia. Nosotros también podemos lograrlo, solo necesitamos la voluntad. “Se trata de construir una paz estable y duradera, con la participación de todos los colombianos y colombianas. Con ese propósito: el de poner fin de una vez y para siempre a los ciclos históricos de violencia y sentar las bases de la paz”, cierra y fue formalizado el acuerdo.

Miguel Rivero