Marcos Salazar posa frente al camión que maneja.

Realizar una labor de servicio no es tarea fácil, pero el bombero Marcos Salazar, de 46, la disfruta porque sus logros se convierten en satisfacción personal. Lo que más le gusta de su trabajo es estar en contacto con la calle y su gente, aunque en algunos momentos esta ventaja es la que más pesar le causa. “Muchas veces vas a apagar el incendio de una casa y la gente luego te quiere demandar porque tal vez se mojó algo que no tenía que mojarse”, se lamenta.

“No hace mucho fuimos a controlar un fuego en un Subway en Las Mercedes y reventamos los vidrios del piso de arriba, que era una peluquería, y los dueños de ese negocio se molestaron”, incluso luego de explicarles “que había que ventilar todo porque había mucho humo, mucho calor y eso se concentra. De alguna manera eso tiene que escapar. La gente no lo entiende”, explica.

Trabajar en una estación de bomberos no es como en las películas, donde esperan todo el día y cuando hay una emergencia entran en acción con sus mangueras de agua a salvar el día. En la realidad un bombero debe llegar a su turno, hacer la formación (para saber quiénes están) y asumir las tareas de limpieza, reparación y chequeo de todos los equipos y de la instalación. Esto implica que su vocación de servir a los demás no solo se reduce al ciudadano, sino que debe existir entre ellos dentro de la estación para mantener todo en orden.

No muchos mantendrían la cabeza fría al pensar en o estar dentro de una habitación en llamas, pero Marcos lo relata con la mayor naturalidad del mundo, como si la valentía fuese parte de él. Al atender una emergencia se colocan su equipo protector y deben recordar que el primer paso antes de entrar al fuego es preguntar al dueño del inmueble qué objetos hay dentro para no causar daños innecesarios.

No se sabe qué hace que una persona se incline por profesiones de este tipo. Muchos las consideran una locura, pero Marcos dice que la adrenalina y la emoción hacen que valga la pena. Si se va a entrar a un incendio “uno siente emoción, es algo que te activa, no le paras. Claro, tienes que tomar las previsiones, pero es adrenalina”, exclama alegremente.

Para él ser bombero puede resumirse en humildad de espíritu. Es servir y ayudar a los demás sin discriminar por raza, religión o pensamientos. A pesar de que no lo menciona, ser bombero también es sacrificio, especialmente si además se tiene un segundo empleo como enfermero y no se puede pasar todo el tiempo que se desee con la familia.

“El poco tiempo libre que tengo se lo dedico a mi esposa, a mi mamá y a veces a la suegra… No es fácil, pero ahí vamos”, dice con ánimos. “Como es horario de enfermería y de bombero, me chocan entre tres y cuatro guardias al mes. En la ambulancia tengo que trabajar 12 horas, de 7:00 pm a 7:00 am, y luego venir para la estación por 24 horas, desde la 9:00 am, y salir al día siguiente para descansar un rato y regresar al trabajo”, continúa.

“Hace años que perdí el amor al 31, a los 24 de diciembre y a los feriados porque ya para mí son un día más de trabajo”, agrega con humor.

A los 18 años entró a los bomberos siguiendo los pasos de su papá. Sin embargo, lo dejó para ser militar, porque a eso quería dedicarse al graduarse de bachiller. Allí le fue mal y volvió a los bomberos. Como él mismo dice: ese era su destino.

Marcos no se arrepiente de las decisiones profesionales que tomó, más bien le agradece al cuerpo de bomberos porque con ellos pudo estudiar enfermería y lograr una licenciatura. “Mi vocación es ayudar y me gusta ser bombero y enfermero”, menciona con una sonrisa dibujada en el rostro.

También comenta que al principio su mamá quiso que fuera bombero, pero su papá no. Ahora Marcos lo entiende. Mientras más se sube de escalafón, el embudo de los ascensos se va cerrando y cuando se llega a Capitán, como él, el siguiente cargo ya se trata más de la parte política del cuerpo de bomberos. Las labores empiezan a alejarse de lo que lo motivó a dedicar su juventud al servicio de la gente.

Por su parte, su esposa fue policía antes de ser maestra, entonces entiende lo que significa trabajar en los días de descanso de los demás. “Pero ahorita como que se le olvidó”, bromea. “Ella ya quiere que yo me vaya jubilado. Ya lo puedo hacer porque tengo más de 20 años en servicio”, concluye sin mucho convencimiento.

Amanda Gómez

Marcos Salazar posa frente al camión que maneja.
Marcos Salazar posa frente al camión que maneja.