Que la gente sea feliz, viva dignamente y se forme con valores cristianos, es el anhelo más grande de una mujer que se consagra diariamente a Dios y a los que forman parte de su entorno. Ella es María José Asensi Arnau: una fiel creyente de la humildad de los corazones.

Nació en la Provincia de Castellón, en España, y es la segunda de seis hermanos que crecieron rodeados de infinito amor. Desde muy joven decidió dedicar su vida a los más necesitados. María José fue a la universidad a estudiar psicología, pero en sus ratos libres daba clases de catequesis y visitaba los barrios para ayudar a las familias.

Entre risas y una que otra lágrima por remover los recuerdos, nos relata cómo fue reafirmando su vocación. “Descubrí que mi vida era para entregarla a la gente, a esos que necesitan un oído para escuchar sus problemas, a esos que quieren un abrazo y a cambio te regalan una sonrisa”, así nos cuenta tímidamente María José, mientras conversamos en la coordinación de Pastoral del Colegio Nuestra Señora de la Consolación, en Maracay, lugar donde trabaja con las hermanas de la congregación.

Entre sus actividades laborales ofrece la catequesis de primera comunión, una de las acciones que la conducen a lo que considera que debe ser el principio de los seres humanos: “educar y enseñar los valores cristianos para que podamos recorrer el camino del Señor”.

La hermana de La Consolación no considera un sacrificio estar separada de su familia en España y con el entusiasmo que la caracteriza dice: “cuando quieres a alguien lo llevas en el corazón. Ser religiosa me enseñó a encontrar una familia en cada mirada. Mi familia está en España, pero estoy unida a ellos. A veces los extraño mucho, pero son felices de ver que yo soy feliz”.

Además de trabajar en la institución educativa, la hermana organiza y participa en eventos religiosos con la comunidad. “Los fines de semana extiendo el camino de consolación a los que no vienen al colegio de lunes a viernes, hacemos convivencias en las catequesis y también con los padres de familia”,  nos cuenta.

“Hay que vivir en mayúscula”

Sin dudarlo María José cree que su misión es consolar y hacerle la vida más agradable al otro. “Lo más importante y hermoso es que soy de Dios. A diario descubro el amor del Señor a pesar de lo que soy, de lo que hago. Dios es fiel y está allí guiando nuestros pasos. Lo descubro en los niños, en los padres, en mis compañeros de trabajo. Siempre hay una chispa que te recuerda que nuestro Padre nos quiere”, asegura María José con su radiante sonrisa.

La vida religiosa le ha enseñado a ser sencilla, alegre y a seguir los pasos en el terreno que Dios dispone para cada persona. Para ella es igual si tienes que barrer, cocinar, dar clases de matemáticas o de castellano; siempre que lo hagas por amor a los demás, serás feliz, dice.

Los días para María José son para vivirlos a lo grande. “Me gusta decir que hay que vivir en mayúscula. No podemos quedarnos en lo cotidiano de cada día. Hay que buscarle lo bueno, lo agradable, lo bonito hasta dentro de las dificultades”. Y así, con su singular alegría, agradece a El Sumario por contar parte de su historia y revivir sus más bellos recuerdos.

Daniela Santander

Fotografías Cortesía María José Asensi Arnau.