Javier Varela ha representado a Venezuela en dos Olimpiadas Especiales. Y le gusta decírselo a todo el mundo

“La belleza más profunda es el error que se disfruta como virtud”, Juan Villoro

Dicen que la mujer venezolana es bella. Y la caraqueña más, pues combina ese andar gallardo, propio de quienes viven en una ciudad en la que se respira pólvora, con una vanidad digna de un número de Vogue. La caraqueña, podría decirse, es guapa en más de una acepción.

Y el hombre necesita ser macho. Venezuela es la tierra de los “tranquila, mi amor, que yo te ayudo”. Imagínense, entonces, el atractivo que adquiere una caraqueña, con el rímel corrido y la cara viendo hacia el piso, para un venezolano treintañero. La combinación es perfecta: ella está acostumbrada a que la vean; él, a verlas. El castillo, esta vez, es el Wendy’s de La Castellana. El príncipe se llama Javier Varela. Y la princesa, a quien llamaremos Virginia, está a punto de caer en la boca del dragón.

Javier tiene ya varios años siendo “todero” en Wendy’s. Así define su trabajo. Atiende en las mesas, recibe a los clientes, recoge las bandejas, estrega un trapito por aquí y por allá. Como vive cerca, todos los días pasaba frente al establecimiento y, con esa sonrisa gigante de la que todos hablan, le decía al gerente que quería trabajar allí. En ese entonces, Javier laburaba sábados y domingos en el zoológico de contacto Expanzoo. Un día, el gerente Patrick le dijo: “Mañana tienes una entrevista de trabajo”.

Ahora, Patrick está encantado con el desempeño de Javier. El único detallito es que intima demasiado con los clientes. ¿Quién lo manda a contratar a una estrella? Javier Varela ha representado a Venezuela en dos Olimpiadas Especiales, en natación; incluso, ganó una medalla de oro. Así se lo hace saber a Virginia, tal como casi siempre se lo hace saber a cuanta chica guapa coma en el local. Pero Virginia no tiene oídos para glorias ajenas. Su alma se viene desgajando desde la estación del Metro de Altamira. Sigue llorando. “Mira, tú eres una mujer linda, estás muy bien y estás sana. Problemas tenemos mis compañeros y yo, en nuestras condiciones: nacimos con dificultades. Pero la vida es muy linda y uno siempre tiene que salir adelante”.

Javier Varela nació el 15 de agosto de 1979, en Cantaura, estado Anzoátegui. Es hijo de Mireya y Ángel. Al poco tiempo de nacido, su madre llamó a Margarita Varela, su cuñada: “Javier no camina. Ve el vaporizador y se ríe. Eso me preocupa”. Así empezó una historia que se resume en Javier viviendo en Caracas, bajo la tutela de Margarita y su esposo, y que acabaría con cuatro hijos –dos de Mireya, dos de Margarita– siendo criados de forma conjunta, con dos mamás y un papá y medio: el padre de Javier casi nunca ha estado presente.

Virginia bebe el agua que le trajo su anfitrión. Se seca las lágrimas. Escucha.

Nuestro protagonista nació con unas hernias inguinales, que le fueron operadas inmediatamente. También, tenía un fuerte trastorno de sueño: dormía todo el día y quería estar despierto en la noche. Esto último lo hizo llorar demasiado, incluso para un bebé; por eso, con Margarita a la cabeza, la familia empezó a buscar un diagnóstico: inició la ruleta de los médicos. Al año y medio, cuando llegó a Caracas, no caminaba y los médicos no sabían por qué. Así acudieron al doctor traumatólogo Alfredo Pardo, quien se dio cuenta de que al niño le faltaban cinco vertebras: había nacido sin la parte baja de la columna, lo que se conoce como espina bífida, o una variación de la misma. El doctor pronosticó que el niño no iba a hablar, no iba a caminar, no iba a ser independiente. Habló de un retardo mental severo. “¿Y usted quién es?, ¿Dios?, ¿cómo va saber hasta dónde va a llegar Javier?”, pronunció Margarita al despedirse.

Pero Javier habla, y Virginia, que ya casi se ha terminado el agua, lo escucha. Igualmente, trabaja, por lo cual es independiente. Y, mire usted, no solo camina, sino que nada tan bien que ha recorrido Venezuela para competir; ¡hasta se sumergió en las piscinas de Castellón 2008 y Atenas 2011!

Después de ese diagnóstico tan pedante, visitaron al doctor Eduardo Viso, quien, con ojos que transmitían seguridad, exclamó: “Nadie sabe hasta dónde va a llegar él”. Viso, luego de más de 35 años, sigue siendo el médico de la familia, por anécdotas como estas: Margarita un día se quejó de que Javier no subía escaleras, mientras que su hermano menor, de año y medio, sí subía. “¿Tú quieres ser feliz o infeliz? Si tú vas a comparar a Javier cada día de su vida con el hermano, siempre te vas a sentir frustrada. Javier es Javier y el hermano es el hermano”, respondió Viso.

Con apoyo de ese doctor, Javier caminó a los dos años dos meses; mientras que el lenguaje fluido lo logró casi a los cuatro años.

Hasta aquí, la historia resulta convincente para Virginia: los conflictos de ella son minúsculos. Claro, la chica no recibe un relato tan detallado de parte de Javier, del mismo modo en que nunca se enterará de que ese es apenas el arranque de los obstáculos que el Tiburón Varela, como lo bautizaron alguna vez, ha tenido que sortear.

La familia sabía que los problemas eran más profundos, por eso viajaron a Boston. Allá, se determinó que el futuro medallista tenía toxoplasmosis. Esto es una zoonosis asintomática que en la mayoría de los casos no produce demasiados inconvenientes; al punto de que un alto índice de la población la padece sin saberlo. Las complicaciones pueden surgir cuando una mujer embarazada se contagia. En ese caso, la frecuencia de infección fetal tiene una relación inversa con la edad gestacional: es más alta cuando la infección materna se produce en el tercer trimestre, y más baja cuando se produce en el primer trimestre. Por el contrario, la gravedad de la infección resulta mayor mientras a menor edad gestacional se adquiera el parásito. Esto desemboca en que solo el ocho por ciento de los bebés afectados padezca complicaciones severas. La ruleta de Javier cayó en todos los números improbables: su madre se infectó en el tercer mes de embarazo y él se contagió una toxoplasmosis que le desencadenó un retardo psicomotor. Dios no juega a los dados, decía Albert Einstein.

Virginia, que está esperando a una amiga, luce más recompuesta. Esa mirada rara que tenía al entrar ha cambiado. Le corresponde las sonrisas a su interlocutor, el cual se despide. Es hora de seguir trabajando; quizá, en un rato se vuelva a acercar a una mesa, saludando a alguien y diciendo, como de costumbre, “¿Tú sabes que yo soy famoso?” Sus dos hermanos menores, Gabriel y Arturo, suelen quejarse de la típica cantaleta del Tiburón.

Este escualo no se calla. Un campeón no puede controlar el optimismo de estar vivo. Antes de la clasificación a Atenas 2011, empezó a decirle a la gente que él iba a ir a Grecia. Lo decía como si nunca hubiese sido derrotado.

A Venezuela le dan ochos cupos en natación, más los suplentes, para las Olimpiadas Especiales. El hándicap es que en el país existen más premiados que cupos para la cita mundial; por ende, hacen las competencias locales, y los que ganan oro entran a un sorteo en el que se determinan a los ocho representantes nacionales. En la eliminatoria que le tocó a Javier, había 80 nombres, para cuatro puestos en categoría masculina y cuatro en categoría femenina.

Su especialidad es estilo libre. El otro que maneja es espalda, aunque debido a su problema motor este le resulta más complicado. Sin embargo, fue en este último en el que clasificó. El Tiburón aleteaba mostrando los dientes: “¡Mamá, gané oro, gané oro, voy para Grecia!”, “¡Javier!, ¡cálmate, que falta el sorteo! Todavía no sabes si vas a ir, ¡después no te quiero ver llorar!” Se calmó. Irguió su espalda, frunció el ceño y replicó: “Yo sí voy a ir a Grecia porque yo sí tengo mente positiva, y tú no –uno de los hijos de Margarita había tenido un accidente con el automóvil, el cual quedó irreparable–. Por eso es que tú no te has comprado otro carro”. Margarita es una mujer que, antes de que Javier llegara a su vida, perdió dos bebés en etapa gestacional. Es una esposa que quedó viuda a los 32 años, pues su marido sufrió una úlcera gastro sangrante: a los 36 años experimentó sangramientos durante 12 horas, antes de no volver a respirar nunca más. A ella, su hijo mayor, que contra la mayoría de las probabilidades había sido afectado por una enfermedad congénita, la acusaba de poco optimismo. Para colmo, agregó: “Mi astrólogo me dijo que yo iba a viajar”. Los demás representantes pelaron los ojos. ¿Margarita lo llevaba a un astrólogo? No, se refería a Rocco Remo, el de la televisión, quien pronosticó: “Leo, te toca viajar”.

El último papelito que salió decía Javier Varela. Él, por haber clasificado con una medalla de oro, inscribió su nombre una sola vez dentro del sorteo. Otros chicos, que ostentaban tres medallas, tenían tres papeles con su nombre. Los números más improbables lo volvieron a señalar. Esta vez, el resultado fue más sabroso.

Epílogo

Chino y Nacho son panas de Javier. El medallista olímpico también fue el amuleto de la Vinotinto en la celebrada victoria frente a Colombia, el 11/06/13: estuvo en la concentración y durante una conversación telefónica con su mamá, cerró diciendo: “Te dejo, que Vizcarrondo me quiere saludar”. Una celebridad, pues. Pero en el hogar, no atiende entrevistas, solo ve televisión y ayuda en alguna labor doméstica. En este instante, un par de señoras esperan en planta que alguien les baje a abrir: Margarita necesita de una contadora y Jenny, una chica que vive por los alrededores, le va a presentar una. Javier es el encargado de bajar.

Jenny ve esa sonrisa, ese caminar inconfundible, ese muchacho bajito, y le empiezan a salir las lágrimas. Ni Javier ni la contadora entienden nada. Suben al ascensor y el shock se agrava. Cuando Margarita la ve, le pregunta qué le pasa. La mujer no puede hablar: pareciera que acábese de ver a un santo. “¿Él es el muchacho de Wendy’s, verdad?”

Jenny es amiga de Virginia. Esta última estuvo saliendo con un hombre que, al parecer, estaba viviendo a costa de ella. Un día vendió, sin su consentimiento, ciertos bienes de valor. Virginia colapsó. Fue a la estación del Metro de Altamira. Llamó a Jenny: “Me voy a suicidar”. Los rieles lucían seductores. Jenny le dijo que se calamara, que subiera a Wendy’s y la espérese allí, ella iba en camino.

Después de hablar con Javier, Virginia cambió de opinión: la vida es bella aunque se presente amarga. Si este chico caminaba tan sonriente, ¿cómo ella se iba a quitar la vida teniendo complicaciones minúsculas al lado de las suyas?

Andrea, la menor de los cuatro hermanos, estudió Educación Especial. El día de la graduación debían exponer sobre cómo la música influye en las dificultades de aprendizaje. Una de las chicas cerró su presentación diciendo que las personas con discapacidades eran tal o cual cosa. Al culminar el ciclo expositivo, el profesor invitó a los familiares presentes a hacer algún comentario o pregunta. Javier alzó la mano. Estamos hablando de un hombre que fue a hablar directamente con el alcalde de Chacao para que le costeara el pasaje a las Olimpiadas a él y sus compañeros. Javier felicitó a su hermana. Acto seguido, se dirigió a “la otra compañera, del otro equipo”, para aclararle que “nosotros no somos personas con discapacidad, somos personas con capacidades diferentes”. Touché. Son individuos, quizá, con la capacidad de salvarle la vida a una mujer que estaba al borde del suicidio.

Lizandro Samuel