El regente de su colegio en Caracas contó que de joven prefería pasar su tiempo libre en compañía de libros antes que jugar con sus compañeros

El Sumario – El 26 de octubre de 1864, en el pueblito andino de Isnotú, nació el niño que luego se convertitría en el «médico milagroso». Su padre Benigno Hernández y Manzaneda se dedicaba al comercio, mientras que su madre Josefa Antonia Cisneros cuidó del hogar hasta su fallecimiento en 1872, cuando José Gregorio tenía tan solo 8 años.

Por el lado materno era descendiente del famoso cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, quien fuera confesor de Isabel la Católica (reina de España), fundador de la universidad de Alcalá y gran impulsor de la cultura en su época. Por vía paterna se emparentaba con Francisco Luís Febres Cordero Muñoz, eminente educador y escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española.

Al llegar a la adolescencia se traslada a la ciudad de Trujillo para estudiar el bachillerato en el Colegio Federal de Varones. Allí, su maestro Pedro Celestino Sánchez descubrió sus habilidades e inteligencia y recomendó a su padre que lo enviara a la capital del país. Ya en Caracas estudió en el Colegio Villegas de Caracas, donde obtuvo el título de bachiller en Filosofía en 1884.

Ingresó a la Universidad Central de Venezuela (UCV) para estudiar leyes. Sin embargo, su padre lo animó a emprender la carrera de Medicina gracias a la natural inclinación que su hijo sentía por ayudar a los demás. Así se graduó de médico el 29 de junio de 1888 con inconmensurables saberes: hablaba inglés, francés, portugués, alemán e italiano y dominaba el latín; era filósofo, músico y tenía además profundos conocimientos de teología. Luego de las celebraciones, regresó a a su pueblo natal movido por el deseo personal de ayudar a sus paisanos.

Un año después inicia su brillante labor científica en la capital, la cual se vio interrumpida cuando el Presidente de la República, Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, le otorgó una beca de 600 bolívares mensuales para que hiciese el postgrado en las universidades de París y Berlín, con el objetivo de que estudiara teoría y práctica en las especialidades de microscopia, histología normal y patológica, bacteriología y fisiología experimental.

A su regreso a Venezuela, en 1891, todos sus conocimientos adquiridos los vertió con alma de apóstol en sus alumnos de la UCV, donde dicta las cátedras de Histología Normal y Patología, Fisiología Experimental y Bacteriología. Además, fue nombrado director del Laboratorio Nacional, haciendo de éste “una copia exacta del de la Escuela de Medicina de la Universidad de París”.

Entre sus publicaciones científicas se encuentran Elementos de Bacteriología (1906), Sobre la Angina de Pecho de Naturaleza Palúdica y Elementos de Filosofía (1912).

Incursiones monásticas

A sus 43 años, imbuido por un fuerte espíritu religioso, comunica a Monseñor Juan Bautista Castro, Arzobispo de Caracas, que desea entregarse en cuerpo y alma a la vocación religiosa. Luego de recibir su aprobación, es enviado al convento de la orden de San Bruno en La Cartuja de Farneta cercana al pueblito de Lucca en Italia. Allí fue aceptado bajo el nombre de Hermano Marcelo el 29 de agosto de 1908. Como parte de su noviciado, debía someter al cuerpo a constantes mortificaciones, entre ellas privarse de comer o beber por días enteros, evitar por completo el contacto con otros seres humanos y soportar temperaturas de varios grados bajo cero. Todo esto llevó a que Fray Marcelo, pese a estar espiritualmente motivado, tuviera que desistir pues su salud se vio gravemente comprometida.

El 21 de abril de 1909, el vapor “Cittá di Torino” dejaba en el puerto de La Guaira a un abatido José Gregorio quien temeroso de las burlas que lo podían esperar en Caracas, prefirió pasar la noche en una pensión de la calle Los Baños en Maiquetía. Desde allí escribió y envió una carta a su dilecto hermano César en la que explicaba a la familia el motivo de su regreso y sus planes inmediatos. En la parte final le decía a su hermano que le había escrito al Arzobispo de Caracas, pidiéndole que lo recibiera en el seminario y le pidió que fuera a ver al prelado para saber qué decisión había tomado. A pesar de haber tomado una resolución positiva, el Arzobispo le aconsejó volver a la vida de civil. «Usted debe volver a la universidad. La juventud lo necesita», le dijo.

Aceptó renuentemente y a los pocos días estaba dando clases en la universidad y participando en investigaciones científicas, pero con el secreto propósito de reintentar su ingreso en alguna otra orden monástica. Es por ello que, sin que casi nadie lo supiera, buscó empleo como oficial de carpintería en un pequeño taller ubicado entre San Isidro y Monte Carmelo, pues sabía que su fracaso como Cartujo se debió fundamentalmente a la falta de fuerzas físicas y con esto esperaba acostumbrar a su débil cuerpo a las labores rudas

En 1913 se corrió el rumor en Caracas de que el doctor Hernández se había embarcado para Roma con la intención de ingresar en el Colegio Pío Latino Americano. Poco tiempo después sus paisanos se enteran que el médico se encontraba sumamente grave, dolencia que marcó su tercer fracaso. El consejo fue el mismo de las veces anteriores: regresar a la vida laica y desde allí servir al señor. Así decidió entonces llevar una existencia simple y en oración al lado de su hermana Isolina y ayudando como médico a sus pacientes más necesitados.

Venezuela se entera de su fallecimiento

La mañana del 29 de Junio de 1919 el doctor José Gregorio Hernández estaba de fiesta ya que cumplía 31 años de haber aprobado su examen de grado en la Facultad de Medicina y la tarde anterior se había firmado en Versalles el tratado que oficialmente ponía fin a la Gran Guerra.

Luego de hacer su rutina normal: despertar poco antes de las 5:00 am, rezar, desayunar y atender a los enfermos; Hernández recibió en su casa a un vecino alarmado quien le avisaba del grave estado de una anciana. El doctor, inmediatamente, se dirigió al boticario para encargar las medicinas.

Al salir para cruzar una calle en la zona de la Pastora, fue atropellado por el carro de Fernando Bustamante. El hombre lo levantó y llevó hasta el hospital más cercano, donde el doctor falleció a causa del golpe.

Los venezolanos lo veneran por sus virtudes como médico y por su vocación religiosa. Desde hace varios años se le atribuyen milagros y curaciones, tanto es así que en 1949 el Vaticano inicia su investigación y en 1986 le asignan la jerarquía de «Venerable» -uno de los pasos en el proceso de beatificación según los parámetros de la Iglesia Católica-.

Sus restos se encuentran en el Templo de la parroquia La Candelaria, después de estar por mucho tiempo en el Cementerio General del Sur.

El doctor José Gregorio Hernández atendiendo a uno de sus pacientes.
El doctor José Gregorio Hernández atendiendo a uno de sus pacientes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Amanda Gómez