Ingrid Betancourt resultó ser la más mediática prisionera de las FARC. Hoy cree estar curada, aunque la selva le ha dejado más de una cicatriz
Ingrid Betancourt resultó ser la más mediática prisionera de las FARC. Hoy cree estar curada, aunque la selva le ha dejado más de una cicatriz

Un calvario que duró exactamente 2.323 días marcó la vida de una mujer emprendedora y, en ese momento, dedicada a la política. Hoy es un símbolo de los secuestrados y dice haber encontrado la paz interior a través de un proceso de gratitud y perdón.

Ingrid Betancourt Pulecio nació en Bogotá en 1961. Hija del político Gabriel Betancourt, ministro de Educación durante el régimen de Gustavo Rojas Pinilla y de Yolanda Pulecio, reina de belleza y miembro de la Cámara de Representantes.

En 1983 obtuvo la licenciatura en Comercio Exterior y Relaciones Internacionales. Ese mismo año se casó con el diplomático Fabrice Delloye y adquirió la nacionalidad francesa. Frutos de ese matrimonio, que culminó en 1990, tuvo a sus hijos Mélanie y Lorenzo.

Fue en 1994 cuando, de vuelta a tierras colombianas, protagonizó su primera campaña política, en la que alzó su voz contra la corrupción y logró posicionarse como diputada en la Cámara de Representantes. En medio de su nuevo rol, Betancourt acusó al presidente de la época, Ernesto Samper, de haber aceptado dinero del Cartel de Cali. Por eso también realizó protestas y una huelga de hambre.

En 1997 volvió a contraer nupcias, esta vez con el colombiano Juan Carlos Lecompte. En ese mismo año, tras abandonar el Partido Liberal, Ingrid Betancourt fundó el Partido Verde Oxígeno, por el que asistió a las elecciones parlamentarias en 1998, en la que resultó electa como senadora con el mayor número de votos.

Pasión convertida en sufrimiento

Su amor por la política parecía no detenerse. En el mismo año contribuyó con Andrés Pastrana, un conservador que inició los diálogos de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Un año más tarde, el partido para el que militaba Betancourt ganó la alcaldía de San Vicente de Caguán, una zona para tratar con los rebeldes.

Fue en el 2001 cuando Betancourt, al sentirse traicionada, renunció al Senado y lanzó su campaña presidencial para las elecciones de 2002. En medio de su cometido, y a pesar de las advertencias de las autoridades militares, Betancourt visitó la zona de San Vicente de Caguán. Su asesora Clara Rojas decidió acompañarla y desde ese día, el inolvidable 23 de febrero de 2002, fueron secuestradas en un control de carretera.

Los 2.323 días transcurrieron esposada, a veces con cadenas en el cuello o emprendiendo forzadas caminatas por la selva. Sólo hubo tres pruebas de vida difundidas por los guerrilleros. En las dos primeras (2002 y 2003) mantenía buen estado físico, pero en noviembre de 2007, la rehén permanecía demacrada y en una carta enviada a su madre le subrayó “aquí vivimos como muertos”.

Su cautiverio ocasionó un movimiento de solidaridad internacional, así como intentos de negociación y rescate en el que participó el presidente de Venezuela, Hugo Chávez.

Más tarde, específicamente el 2 de julio de 2008, hombres infiltrados en las FARC engañaron a los guerrilleros y les entregaron una orden de conducción de rehenes a otro campamento. Mientras se efectuaba el traslado en helicóptero, anunciaron el fin del cautiverio de Ingrid Betancourt, tres empresarios estadounidenses, siete militares y cuatro policías colombianos. Se supo que la exitosa operación militar fue bautizada con el nombre de “Jaque” y supuso la audacia en la selva.

Betancourt confesó que antes de su secuestro era una católica indiferente, sin embargo, reveló que la fe la ayudó a mantener la fuerza mientras estuvo en la montaña. También expresó su agradecimiento al ejército colombiano y su aparición en los medios alteró el panorama político a favor de Álvaro Uribe.

Después de reunirse con sus hijos viajó a París, donde el presidente Nicolas Sarkozy la condecoró con la Legión de Honor. Posteriormente visitó al papa Benedicto XVI y luego fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias de la concordia.

Una nueva vida

A sus 53 años la colombiana estudia Teología en la Universidad de Oxford y ha escrito una novela que llamó “La línea azul”. Allí Betancourt desarrolla una historia de amor, la de Julia y Theo, que se vive en la persecución política de la dictadura argentina. No obstante, la ficción para ella no significa una huida, sino “una experiencia lúdica”.

Después de las duras experiencias de vida ha dicho en numerosas ocasiones que ha encontrado tranquilidad a través de un proyecto de perdón y meditación.

Por otro lado, la ex prisionera insiste en que Colombia debe defender la paz y aplaude que los ciudadanos hayan elegido el camino de la reconciliación y la negociación frente al enemigo.

En cuanto a los recuerdos Ingrid reflexiona, “no puedes estar constantemente reviviendo los momentos desagradables de la vida porque hace daño, así que hay que tener memoria selectiva, no se trata de ignorar estos instantes, sino de saber cuándo deben regresar. Esto se define por la utilidad que pueda tener ese recuerdo, para uno o para ayudar a otro. Pero si lo traes de vuelta para revivir el dolor, es masoquismo, y hay que disciplinarse para no ser enemigo de uno mismo».

Daniela Santander

Con información de agencias.