La viveza criolla que tanto enorgullece y se lleva como bandera no es algo más que un mal ejercicio de ciudadanía que pasa de generación en generación

El Sumario –  En uno de esos típicos viajes en el Metro de Caracas mientras caminaba por el andén, no pude evitar escuchar a una señora decirle a su hijo que se preparara para entrar al tren. “Empuja para que puedas entrar, todo el mundo lo hace”, no logré escuchar la respuesta del pequeño pero probablemente hizo caso a las palabras de su madre.

Para mi sorpresa, en ese mismo recorrido vi a una mamá sentada con sus dos hijos, ésta sacó un pedazo de pan y se lo dio a uno de ellos, el otro le dijo que no podía hacer eso porque en el Metro no se come, que ahí (en un cartel frente a ellos) decía que es una norma, la mujer se sorprendió y guardó el alimento.

Ese episodio me hizo recordar una teoría sobre la sociedad venezolana y es que aunque todos nos caractericemos con el adjetivo “chévere”, la mayoría de las veces solo somos vivos o bobos.

Bajo la premisa de que se debe “ser pila”, “estar avispado” y hacer uso de la gran “viveza criolla” al final del día solo nos hacemos daño como sociedad.

Uno se acostumbra a ver las cosas no como son, sino como podrían ser más convenientes para nosotros. Ponerse de primero en una fila, acelerar o cruzar cuando el semáforo está en amarillo, llegar tarde todo el tiempo, correr empujando a los que están frente a ti, sacarle provecho a tu figura de gerente o incumplir las normas en general porque nadie dice nada son solo ejemplos de cómo actúa un vivo.

El bobo es aquel al que muchos denominan como inocente porque trata, la mayoría de las veces, de ser un buen ciudadano. No busca hacer daño con sus acciones y espera que sus derechos sean respetados.

En internet abundan textos de la experiencia de muchos venezolanos y de las costumbres que fueron dejando a un lado cuando emigraron al bien llamado primer mundo.

Muchos narran que el choque entre la anarquía y el orden fue muy fuerte pero que se acostumbraron rápidamente a no tener que pensar en cómo salirse con la suya para lograr algo tan simple como un trámite o comprar un producto y a disfrutar del respeto y acatamiento a las normas.

La viveza criolla no nos deja ser realmente chéveres, nos convirtió en una cultura de malas personas que solo buscan su propio beneficio sin pensar en los demás, sin comprender que una sociedad se forma con las acciones del día a día y que Venezuela puede, y debe, ser mejor.

El niño que le recordó a su mamá la norma seguramente será catalogado por su entorno como «gafo», haciéndolo sentir mal por hacer lo correcto mientras que el que empujará a la gente para entrar al tren será el héroe porque no se dejará pisar.

Esa brecha entre vivo y bobo debe acabarse lo antes posible para que nuestro país pueda, poco a poco, entrar a la normalidad.  El día que dejemos de llenarnos el pecho al pronunciar la frase “viveza criolla” como si se tratara de Canaima o de los Medanos de Coro ahí Venezuela comenzará a ser mucho más y mejor que chévere.

Alejandra Watts

Fotografía REUTERS/Mariana Bazo